lunes, 30 de junio de 2008

La revolución del tedio

¿Podría esperarse que el aburrimiento se convirtiera en un nuevo motor del progreso? Lars Svendsen, un filósofo noruego, ha aprovechado el tiempo de su reciente año sabático para escribir un libro de 250 páginas sobre el aburrimiento moderno. Actualmente la obra se ha traducido a varios idiomas y es best seller en varios países europeos. La idea de divertirse atrae a las multitudes, pero el fenómeno del aburriemiento ha interesado especialmente a las élites. No en vano Ciorán estimaba al aburrimiento como un estado superior del alma, un manjar exclusivo.
Pero ¿Han cambiado de repente las cosas? La extendida proclama de "divertirse hasta morir" ¿ha quedado obsoleta? ¿Está hoy interesado el capitalismo en nuestros bostezos? Claro que no.
Lars Svendsen asocia la proliferación de gentes aburridas -especialmente en vacaciones- con la crisis de las sociedades industriales y el malestar de sus ciudadanos. El mundo posmoderno se encuentra saturado de medios, pero desertizado de fines. En consecuencia ¿qué hacer?, ¿hacia dónde dirigirse ilusionadamente? Aburrirse ha contado con tan mala fama que la gente, en general, se precipita en dejar claro que no se aburre nunca o no tiene tiempo para aburrirse. Sin embargo, el estado de aburrimiento se revela propicio para contactar cuerpo a cuerpo con el mazacote existencial y obtener algunas enseñanzas productivas.
Hasta hace poco, el simulacro de despojamiento de lujos, la supuesta inclinación a la vida simple, el consumo de alimentos naturales, el gusto por el minimal, indicaba una dirección tendente a cero. El aburrimiento sería ahora el menos que cero de la tendencia. Bajo mínimos, en el sótano de la distracción es difícil descender más y ¿quién no sospecha que desde este fondo comenzará a ascender un inédito sentido del mundo?
Contra el consumismo, la comida frugal; contra la mala televisión, el día del No a la TV; contra la publicidad, los adbusters; contra la diversión zafia, la huelga de la distracción. ¿No se estará, por tanto, conviertiendo el tedio en una fuerza revolucionaria? Cuando la industria general de Hollywood no logre distraernos, no consiga arrancarnos ni una sonrisa, una lágrima o un suspiro ¿no estará ya gestándose la subversión?
Los revolucionarios solían ser gente seria, pero ahora les tocaría ser aburridos. Les tocaría ser aburridos y predicar el máximo aburrimiento de manera que la sociedad en conjunto fuera conociendo nuevos horizontes a través del bostezo.
No pocos analista opinan que si el aburrimiento fuera una materia mensurable en la actualidad se estaría acumulando una cantidad de tedio varias veces superior a la conocida en otras épocas. ¿Nos acercamos ya a la masa crítica? ¿Será esta fuerza negativa la que de verdad acentúe las contradicciones del sistema en sustitución de la lucha de clases y de todo aquello? "La vida oscila como un péndulo, de derecha a izquierda, desde el sufrimiento al tedio", decía Schopenhauer. La oscilación de Schopenhauer hacia el aburrimiento señala pues a la izquierda y siendo el hartazgo el punto donde apuntalar la revuelta y reunir la energía de los desesperados, ¿cómo no pensar en los hastiados de la Comunidad de Madrid, los damnificados por los comentarios futbolísticos de Luis Milla en Digital +, la legión de veraneantes que regresan mansamente como un fuerte potencial rebelde?
El individuo aburrido pudo antes parecer un tipo decadente, pero hoy se altera la importancia de su valor. Si unas veces su estado pareció equivalente a la nada, en la actualidad su sufrimiento de la vida como un plomo actúa como fuerte contrapeso social. Porque si lo que propone el sistema oficial no estimula el ánimo, el corazón tenderá hacia otroa destinos mejores. Huirá acaso de ese paraje descolorido en dirección hacia otros territorios donde gratificarse y ser feliz. Así Lars Svendsen identifica el presente ascenso del aburrimiento con una señal altamente prometedora hacia el futuro social; el signo crucial de haber alcanzado el máximo empacho y, a partir de él, ser más propenso a vomitar o no tragar.


Artículo de Vicente Verdú para El País (Sábado 6 Septiembre, 2003)

No hay comentarios: